martes, 31 de agosto de 2010

El ultraje, funcional a la secta

El ultraje en la estructura sectaria: su funcionalidad
Denominamos "ultraje" a cualquier tipo de abuso de poder que sufre una persona en una organización con deriva sectaria del cual se deriva un daño psíquico o físico y que tiene por objeto afianzar la relación patológica miembro-estructura o miembro-Fundador o Superior.
El ultraje ataca fundamentalmente la autoestima y la dignidad de la persona. En eso se distingue de los sistemas de sanción corporativa propios de una estructura sana eclesial; estos últimos no atentan normalmente contra esa autoestima, siendo su objeto exclusivamente la enmienda y perfección de la persona, sin perjuicio de que un narcisista, al frente de una organización sana, puede darle a tales sanciones ese carácter profundamente destructivo.
El ultraje consolida la pobre imagen que el miembro tiene de sí, al par que permite la expansión del ego narcisista del Fundador o Superior. Es uno de los mecanismos más usados en una estructura sectaria, porque al atacar la autoestima permite reducir la iniciativa personal y controlar a los miembros, que se robotizan no sólo por miedo a los castigos, sino por pérdida de valoración personal.
Hemos visto ejemplos, en este foro, de ultrajes que tienden a quebrar la personalidad, emplearla de ludibrio, disminuir la dignidad mediante humillaciones ostensibles. Pero existe una forma refinada y sutil de de ultraje: es el "ultraje por irracionalidad". Consiste en obligar a aceptar, a "tragar" a la persona  argumentos inverosímiles o razonamientos absurdos, con el fin de generar un "habitus" de irracionalidad.
A veces, se manejan verdaderas contradicciones, oximorons,  falsas paradojas. Por ejemplo, decir que el Fundador recibe tratos especiales o dignidades, "por humildad"; o que es notorio un hecho que no es nada evidente, muy por el contrario (éxito de una acción por ejemplo, que a ojos vista ha fracasado); o usar palabras en sentido antitético: hablar de una "santa coacción" o una "santa desverguenza", de "herejía blanca", de "taco santo". El juego del adjetivo que desmiente el sustantivo instala en la mente de los miembros una desconfianza sistemática al uso de su propio criterio,  y del sentido común, y lo lleva -junto con las constantes invocaciones a la obediencia intelectual- a delegar el ejercicio de sus juicios en el Superior. De tal modo, se ingresa en un marco de irracionalidad, de aceptar como suprema razón la discrecionalidad  y el absurdo, en el cual todo puede ser posible. 
El ultraje genera los daños más graves en la personalidad del miembro. La "desintoxicación" a que debe ser sometido el ex miembro implica identificar primero el ultraje (suele presentarse envuelto en una ira ciega y descontrolada, cuando no enmascarado bajo una depresión), para luego reconstruir su aparato racional crítico, volver a reconectar sus circuitos racionales, depurarse de fábulas e historias sintéticas. La autoestima debe ser levantada y con ella la conciencia de la propia dignidad y la confianza en la propia razón y en la conciencia moral.  Deberá tenerse buen cuidado en que desintoxicación del ultraje eluda caer en el resentimiento, la ira permanente, la depresión o el escepticismo patológico, resultado de haber perdido la confianza en la autoridad. Es el mayor peligro para la fe, y debe trabajarse mucho para convertir el ultraje en amor y fe en Dios, como consecuencia de la reconquista de la propia dignidad.
Finalmente, como en todo proceso de abuso, el ultraje suele ser negado por los abusadores o por sus representantes, sea  en forma absoluta ("no era así", "sus recuerdos son falsos"), sea bajo cierta banalización del mismo ("no era para tanto", "lo que pasa es que Ud. era muy flojo", "en realidad, no sabíamos qué hacer con Ud"). Nada resulta más indignante para el abusado.
Estas minimizaciones del abuso son doblemente ultrajantes y lesionadoras de la autoestima, en cuanto procuran que la persona siga desconfiando de su propia percepción. En definitiva, se repite el abuso, intentando volver a colocar al sujeto bajo la voluntad discrecional del abusador, que impone la no existencia pasada del abuso.  Sólo la confrontación, en lo posible frente a terceros imparciales, permite quebrar el hechizo de la desconfianza  de sí mismo, y descartar a la periferia cognitiva la versión del abusador. Aquí empieza la víctima, por fin, a escribir su propia historia.

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